Noche en la Tierra

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Por Artur Rodríguez

Siempre soñé con montar una agencia de viajes. Se llamaría Noche en la Tierra, como la película de Jarmusch y solo ofertaría ciudades en las que habitasen comisarios e investigadores privados. Nuestros tours de lo maravilloso serían siempre de noche, de ahí el nombre; porque es durante la noche, al amparo de la luna y de su luz enfermiza, que lo misterioso y lo raro brillan con todo su esplendor. E irían dirigidos a ti. Sí, a ti que cuando acaricias el lomo de una buena novela de misterio se te erizan los pelos de la nuca, que amas por encima de todo que te pongan a prueba, que te emocionen, que te hagan soñar; aunque esos sueños puedan estar poblados por pesadillas. Nuestros destinos turísticos serían una mezcla de ciudades inventadas y de ciudades reales. En verdad todas inventadas, o reinventadas por la imaginación de los autores. Visitarlas sería revivir tantas historias y tantos momentos como fuera necesario. Dejarse llevar por la imaginación, viajar al paraíso perdido. Los mejores momentos vividos se atesoran en nuestro interior como cuentas ensartadas en un hilo de oro que nos lleva de vuelta a casa, a nuestra casa querida y escogida. Entre esas cuentas se cuelan, a veces, trozos, retazos de ficción, que se vienen a unir a los recuerdos reales y que, con el paso del tiempo, se agarran de las manos y es imposible disociarlos. A veces pasa al revés, leemos una novela que habíamos degustado hace mucho tiempo y encontramos a faltar en ella escenas que nunca existieron, que habíamos creado nosotros y que habíamos insertado en su ADN. Mi agencia de viajes sería una agencia de viajes al interior del alma. Noche en la tierra. Una tierra inventada y mítica. Un catálogo de verdades y mentiras que empezaría, sin duda, por Vigata, la ciudad de Salvo Montalbano, el legendario comisario siciliano. Comeríamos salmonetes en Calogero, pasearíamos por la playa hasta el espigón y nos sentaríamos en la roca plana a contemplar el mar. De la mano de Mimì, Fazio y Gallo, nos veríamos envueltos en cualquier caso en el que la mafia habría dejado alguna semilla envenenada. También fumaríamos cigarros en el porche con un vaso de whisky en la mano, y llamaríamos a Livia para discutir y hacer las paces después. Y tomaríamos un café detrás de otro. Café negro, solo, crepuscular.
Luego le tocaría el turno a Londres. De la mano de Dylan Dog, el investigador de la pesadilla, recorreríamos sus calles. Un Londres brumoso, dibujado en blanco y negro, de postal, con claroscuros que esconderían vampiros y hombres lobo, y hasta la muerte misma. Groucho sería nuestro acompañante, el bufón de la corte, siempre con una broma a punto en los labios, para hacernos reír o para desquiciarnos definitivamente. Montados en nuestro Escarabajo recorreríamos las calles e iríamos al encuentro del inspector Bloch, que nos llamaría old boy, y luego nos tomaríamos un vaso de leche en cualquier pub maloliente.
París sería otro destino obligatorio dentro de nuestro catálogo. Un paseo por el Quai des Orfèvres o tomar un digestivo cerca del apartamento del bulevar Richar Lenoir, o ¿porqué no fumarse una pipa delante del Sena mientras la silueta del inspector Maigret, recortada en su ventana, interroga a un sospechoso? Quizás en esta ocasión podríamos ser nosotros los perversos que arrojáramos un cadáver a las aguas tumultuosas y que tratáramos de engañarlo dejándole pistas falsas. Ser interrogado por el comisario en persona exigiría un plus en el pago de los honorarios de la agencia, pero, ¿quién no desearía ponerse en las manos de tan brillante mente? ¿Conocer sus métodos? ¿Establecer un duelo a muerte a base de la dialéctica más fina?
Para los más atrevidos, no podrían faltar Los Angeles de Marlowe, más oscuros y densos que el betún. Nos acercaríamos, entonces, a cierta librería para hacernos con la primera edición de El sueño eterno. Luego nos largaríamos a cualquier bar para ponernos ciegos de whisky y cigarrillos, y hasta emprenderíamos una excursión a Sausalito con resultados inciertos. Está claro que no podríamos defraudar a cierto papá que vive en un invernadero y que haría que nuestra camisa y nuestra corbata acabaran empapadas en sudor. Conocer a sus hijas, valdría la pena. Estar a punto de perderlo todo siempre es la mejor opción cuando no se sabe a dónde ir ni qué hacer con el puñado de tiempo que Dios nos echó a la cara al nacer.
Para los amantes de los viajes al infierno, tendríamos Sin City, la ciudad del pecado, la ciudad de la violencia, la ciudad donde regalaríamos un paraguas a prueba de balas y donde desearíamos buena suerte a nuestros clientes. Frecuentaríamos las prostitutas del barrio viejo, admiraríamos a Nancy mientras nos tomamos una botella de ron en Kadie’s. Le pediríamos a Marv que nos prestara a Gladys, su inseparable Springfield Armory M1911A1, con la que coseríamos a tiros a algún malo.
Sin olvidar Estocolomo. Y Lisbeth Salander. Lisbeth que nos salvará del aburrimiento de los hombres. Que nos llevará a la mejor tatuadora de la ciudad y nos mostrará el dibujo de un dragón, que nos petará el móvil y luego nos chantajeará para que la ayudemos en un caso extraño y complicado. Si se decantan por este destino, cojan sus abrigos más calientes, no se olviden de los guantes y no descarten llegar a los límites de su sexualidad y de su ética.
Hay muchas otras más ciudades negras, ciudades de investigadores: Venecia, Ystad, Atenas… Pero no podría terminar sin mencionar un destino muy, muy especial: la Barcelona del detective M. Cacho. Un lugar aparentemente apacible en el que el hedor de las cloacas ha empezado a trepar por los edificios, por las calles fantásticas. De la mano de Cacho y Mañana, su fiel compañera de aventuras, cenaríamos en el Bitácora, desayunaríamos en el bar de Federico, bajaríamos a las cloacas y escaparíamos de las ratas mientras Los caballeros del alba gris y su diabólica líder tratan de acabar con nosotros a balazos. Viajaríamos al inframundo. Entraríamos en el Atelier de lo desconocido, dondepuedes encontrarlo todo y donde absolutamente todo es posible. Todo. Daríamos besos, bailaríamos a la luz del neón de un bar de mala muerte, y nunca, nunca, miraríamos atrás.


Artur Rodríguez es autor de las novelas Nunca mires atrás y Su alma al diablo. Puedes encontrar más información sobre Artur en su página web.

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3 libros escritos por mujeres que no puedes no leer

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Por Pedro González

Libros escritos por mujeres brillantes hay muchos, seguramente miles, igual millones. Ahora bien, cuando pensamos en escritoras con talento, vienen a la mente nombres como Jane Austen, Virginia Woolf, las hermanas Bronte, Emilia Pardo Bazán

Hemos tirado de historia para nombrar a escritoras, y solo nos hemos centrado en una pequeña porción. Si miramos el panorama actual español, por ejemplo, podemos hablar de Almudena Grandes o Rosa Montero, por citar a un par que dan mucho de qué hablar en el mercado de hoy.

Sin embargo, una de mis grandes pasiones como lector (no me explico cómo se puede ser escritor, qué digo, persona, si no se es lector con todo lo que existe hoy día para disfrutar leyendo) es irme a librerías de antiguo y ferias de libros de ocasión y rebuscar entre el polvo, los lomos, las portadas y las sinopsis.

Y precisamente ahí, en esas búsquedas, me he topado con escritoras brillantes de las que, por desgracia, no había oído hablar jamás en mi vida ni media palabra. Una gran pena, pues después de leerlas, me he convertido en un fan acérrimo.

¿Te apetece conocer los libros escritos por mujeres que voy a recomendar? Pues ya sabes, sigue adelante. ¿Quién sabe? Igual tú eres su próximo lector o lectora y su siguiente fan acérrimo. Si es así, enhorabuena, es una idea genial, bienvenidos al club (¡me pido presidente del club de fans!).

Libros escritos por mujeres que merecen la pena

Antes de continuar, me gustaría comentar un detalle. Es cierto que estos libros se pueden considerar como feministas, aunque no desde un punto de vista actual, o no todos ellos. No obstante, es verdad que la firme pluma de sus autoras denota una enorme personalidad, por lo que, vistos desde una perspectiva moderna, no han perdido ni un ápice de su altura moral respecto a las mujeres en la sociedad occidental.

Final Troyano (1937), de Laura Riding

Voy a ir de más antiguo a más nuevo con estas obras. Por eso, permitidme comenzar con un libro desgraciadamente muy desconocido, tanto como su propia autora que, sin embargo, ha sido considerada por expertos como Kenneth Rexroth como una de las más grandes poetisas americanas del siglo XX.

Laura Riding fue una enamorada de La Ilíada desde el mismo momento en que la leyó por primera vez. Sin embargo, su intención con este libro no fue una adaptación moderna o una traducción, sino una visión desde dentro, interpretando cómo actuarían los personajes más célebres de esta historia, principalmente los troyanos, mientras no estaban luchando.

¿Te has preguntado alguna vez cómo eran Paris y Helena en su intimidad? ¿Qué tal trataba en realidad Príamo a sus hijos? ¿Cómo actuaba Aquiles mientras no estaba guerreando? ¿Qué podía pasar por la mente de Héctor antes de enfrentarse a su más temible enemigo y ante sus propios miedos? ¿Qué se cocía en las interioridades de una guerra que duraría una década y acabaría con un destino trágico para Ilión, la defensora Troya, frente a los heroicos griegos?

Laura Riding no solo se hizo estas preguntas, también otras, y tuvo la valentía de plasmarlo en un libro que demuestra, no solo cariño por la historia y por Troya, también un trabajo de investigación e ingenio enorme.

Y, lo más curioso, es que lo escribió mientras vivía en Mallorca. Lo acabaría en 1937, en plena Guerra Civil española. ¿Te llama la atención? A mí me sucedió la mismo, por eso lo leí y me encantó.

Y las cucharillas eran Woolworths (1950), de Barbara Comyns

Vamos a entrar ahora en el fascinante mundo de Barbara Comyns. Esta peculiar escritora inglesa nacida como Barbara Irene Veronica Bayley será el mayor descubrimiento en tu vida literaria si te acercas a sus sorprendentes libros.

Lo cierto es que Comyns ponía mucho de sí misma en cada obra. Curiosamente, al igual que Laura Riding, también vivió en España, tanto en Barcelona como en Ibiza, pero en este caso debido a una infancia que los expertos llaman dickensiana.

Sea como fuere, la propia Comyns avisa al comienzo de este libro que, basados en su vida, apenas hay tres capítulos breves, lo que es bastante halagüeño, ya que los hechos que narra son muy duros.

En esta obra, Y las cucharillas eran de Woolworths, Barbara Comyns, donde la autora se enfrenta a su segundo libro, narra las peripecias que una joven londinense en la City más bohemia de los años 30, algo que rememora autobiografiando su corto matrimonio con el artista John Pemberton.

No obstante, lo que más llama de este libro es la naturalidad con la que escribe Comyns. Los eventos más traumáticos, pero también los más sencillos, se suceden con un lenguaje tan simple como atrayente. Algo tan sencillo como saber dónde se compran unas cucharillas se vuelve apasionante con la pluma de esta escritora espectacular.

La dependienta (2018), de Sayaka Murata

Hemos hecho un breve repaso por la primera mitad del siglo XX, y ahora saltamos al siglo XXI con el siguiente libro, el singular La dependienta, obra de una de las voces más singulares del panorama literario actual, la de Sayaka Murata.

Murata es japonesa, es escritora y es bastante conocida en su país natal, aunque sus libros acaban de comenzar a ser traducidos a otros idiomas, entre ellos, este de La dependienta, el primero que llega a nuestras manos.

Tras ganar varios premios, esta escritora ha levantado su voz propia con sus historias intimistas, singulares y únicas. De hecho, La dependienta está siendo traducido a más de 30 idiomas, lo que no está mal, ya que así podemos empezar a conocer la obra indispensable de una escritora con 10 libros a sus espaldas durante más de 15 años de profesión.

¿Cómo crees que sería una versión femenina del popular personaje cómico Sheldon Cooper de la serie Big Bang Theory aficionada a los ritmos de una tienda? Hablando de una forma popular y simplista, así podríamos hablar de esta obra de Sayaka Murata.

Sin embargo, este libro es mucho más. Esta historia habla de la soledad, de la incomprensión, de la necesidad de ser aceptados por otros por más que no los entendamos o no pensemos igual.

Murata crea un fantástico retrato de una chica cuya vida se basa en una tienda en la que trabaja por horas durante años pese a la incomprensión de los demás, pues a su edad ya tendría que estar casada, con hijos y con un trabajo bien remunerado. Pero Keiko Furukura, la protagonista, tiene otros planes, otras necesidades y otra forma de ver un mundo que ella no entiende, pero en el que necesita integrarse casi con desesperación.

Cualquiera de estos libros escritos por mujeres te va a introducir en un mundo apasionante. Narrados con maestría, con talento y con mucha sensibilidad, te absorberán durante horas y te harán pensar en tu vida, en tu realidad, en tu mundo y en todo cuanto te rodea.


Pedro González lleva años en el mundo del los blogs y las letras. Puedes saber más de él en:
https://www.pgonzalezescritor.com/
http://escritorimaginativo.wordpress.com/

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