Pablo Tusset, el extraño desconocido

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Por Pedro González

Pablo Tusset es un personaje que, además de ser muy peculiar, tampoco se llama Pablo Tusset. Este es, sin lugar a dudas, uno de los artículos más complejos y difíciles a los que me he enfrentado nunca como escritor y redactor, pues apenas se sabe nada de este escritor.

Entre lo poco que sabemos sobre Pablo Tusset, encontramos que este es el pseudónimo que usa David Homedes Cameo, informático nacido en Barcelona en 1965, por el que se ha hecho célebre a la hora de escribir novelas. Punto.

Tusset, o Cameo, como le queramos llamar, ha llevado hasta ahora un nivel de sigilo y hermetismo respecto a su vida privada y profesional envidiable para muchos. De hecho, sus entrevistas y participaciones en prensa y medios se reducen a alguna que otro autocuestionario que se ha hecho a sí mismo usando algún pseudónimo como entrevistador.

La obra de Pablo Tusset o David Cameo

A día de hoy, encontramos que tanto como Pablo Tusset como David Cameo, este autor ha publicado parte de su obra que transcurre toda durante lo que va de siglo XXI.

El primer contacto como Pablo Tusset se produjo en 2001, cuando publica Lo mejor que le puede pasar a un cruasán con la editorial Lengua de Trapo, la primera que le da la oportunidad. El éxito fue tal que recibió el Premio Tigre Juan y fue llevada al cine bajo la dirección de Paco Mir, uno de los integrantes del mítico trío Tricicle.

Lo cierto es que Pablo Tusset tuvo que hacer algunos esfuerzos de promoción tras el éxito de su primera obra, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. Por eso, tras la publicación de sus siguientes novelas, ha sido mucho más hermético y celoso de su intimidad.

Los libros de Pablo Tusset

Ahora que hemos conocido un poco (realmente poco) a este autor del que casi nada se sabe, ya va siendo hora de descubrir sus libros, su verdadera riqueza y lo que, al fin y al cabo, nos ha traído hasta este artículo.

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán

No cabe duda de que, aunque ya lo hemos mencionado un par de veces, las cosas se empiezan por el principio, y con Tusset, empezamos por su primera obra, su ópera prima premiada con el Premio Tigre Juan como la mejor primera novela de 2001.

Esta obra traducida a muy diversos idiomas y adaptada al cine ha sido, hasta la fecha, la de mayor éxito de Tusset. En la misma, el autor narra con su toque irónico e irreverente las andanzas de Pablo Miralles, un treintañero inadaptado hijo de una familia burguesa catalana.

Miralles es, a ojos de la sociedad, un desastre. Le gusta ir a los prostíbulos, bebe y se droga hasta no poder más y está alejado de la vida familiar. Sin embargo, el tipo tiene un talento innato. Es un célebre filósofo online y tras su excentricidad se esconde una mente privilegiada.

A través de este tipo a priori desagradable y malhablado, Tusset propone una investigación que llevará a Miralles, su hermano y su íntima amiga hasta el mismo corazón de Barcelona para desentrañar el enigma, todo ello sin perder nunca su toque socarrón y desvergonzado.

Tal vez al hablar de Miralles, el protagonista, te vengan a la mente algunos actores que podrían interpretarlo. Paco Mir eligió a Pablo Carbonell, que está brillante en la adaptación al cine. Junto a él, un actor de la talla de José Coronado, quien también hizo un excelente papel.

Sakamura, Corrales y los muertos rientes

Vamos a pasar ahora a otra de las grandes obras del humor de Tusset. En este caso, el autor dispara contra todo y contra todos, y lo hace con una capacidad de ironizar y agradar al lector que resulta realmente interesante.

La recepción de este libro no fue tan unánime como la anterior obra de Tusset. Sin embargo, sigue siendo una novela con mucho humor, con un toque disparatado que muestra la genialidad del autor y con una crítica muy ácida hacia todo y casi todos.

En este libro conoceremos las andanzas de Sakamura, un investigador de la Brigada de Investigaciones Especiales que se une al inspector Corrales, de la Guardia Civil.

En la costa catalana, en pleno verano, un buen número de turistas extranjeros aparecen muertos con sonrisas extrañas en el rostro. Esto llevará a Sakamura, enviado por la Interpol, y al incorrecto Corrales, a investigar una trama enrevesada y rocambolesca que aúna nacionalismos, crímenes y una ácida crítica de la España del siglo XXI.

Un cóctel espectacular que incluye tópicos patrios, costumbres japonesas y nacionalismos entre turistas extranjeros que no entienden nada y la poca cordura que es capaz de aportar Sakamura.

Sakamura y los turistas sin karma

Vamos a dar un salto temporal de 8 años para pasar de la primera peripecia de Sakamura en 2009 a su continuación, en 2017, esta con sorpresa incluida.

Si bien la crítica no fue unánime con el primer acercamiento de Tusset al mundo de Sakamura, el escritor no se amilanó y volvió sobre el personaje años después con una de sus obras más sorprendentes.

Especialmente interesante en esta obra, más allá del planteamiento de suspense y misterio dentro del que Tusset se mueve como pez en el agua, es la metaliteratura que el propio autor introduce para sorpresa del lector que, a buen seguro, no imaginará nunca quién está detrás de las andanzas y pesares del veterano Sakamura.

Franz y Greta

Aunque no está escrito por Pablo Tusset, sino por David Cameo, merece la pena reseñar el único libro que el autor ha escrito con su nombre real, pero con la broma de que lleve el apellido Cameo.

Obviamente, la pluma es la misma, pero no así el tema. En este caso, el autor aboga por la aventura de dos niños que embarcará al lector en un mundo infantíl entre lo onírico y lo realista en lo que parece la novela más personal de Tusset, aquí David Cameo.

Además, como Pablo Tusset también ha escrito En el nombre del cerdo, de 2006, y Oxford 7, de 2011. Cualquiera de ellas es un buen punto de partida para conocer a este peculiar y escurridizo autor de novelas.


Pedro González lleva años en el mundo del los blogs y las letras. Puedes saber más de él en:
https://www.pgonzalezescritor.com/
http://escritorimaginativo.wordpress.com/

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Noche en la Tierra

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Por Artur Rodríguez

Siempre soñé con montar una agencia de viajes. Se llamaría Noche en la Tierra, como la película de Jarmusch y solo ofertaría ciudades en las que habitasen comisarios e investigadores privados. Nuestros tours de lo maravilloso serían siempre de noche, de ahí el nombre; porque es durante la noche, al amparo de la luna y de su luz enfermiza, que lo misterioso y lo raro brillan con todo su esplendor. E irían dirigidos a ti. Sí, a ti que cuando acaricias el lomo de una buena novela de misterio se te erizan los pelos de la nuca, que amas por encima de todo que te pongan a prueba, que te emocionen, que te hagan soñar; aunque esos sueños puedan estar poblados por pesadillas. Nuestros destinos turísticos serían una mezcla de ciudades inventadas y de ciudades reales. En verdad todas inventadas, o reinventadas por la imaginación de los autores. Visitarlas sería revivir tantas historias y tantos momentos como fuera necesario. Dejarse llevar por la imaginación, viajar al paraíso perdido. Los mejores momentos vividos se atesoran en nuestro interior como cuentas ensartadas en un hilo de oro que nos lleva de vuelta a casa, a nuestra casa querida y escogida. Entre esas cuentas se cuelan, a veces, trozos, retazos de ficción, que se vienen a unir a los recuerdos reales y que, con el paso del tiempo, se agarran de las manos y es imposible disociarlos. A veces pasa al revés, leemos una novela que habíamos degustado hace mucho tiempo y encontramos a faltar en ella escenas que nunca existieron, que habíamos creado nosotros y que habíamos insertado en su ADN. Mi agencia de viajes sería una agencia de viajes al interior del alma. Noche en la tierra. Una tierra inventada y mítica. Un catálogo de verdades y mentiras que empezaría, sin duda, por Vigata, la ciudad de Salvo Montalbano, el legendario comisario siciliano. Comeríamos salmonetes en Calogero, pasearíamos por la playa hasta el espigón y nos sentaríamos en la roca plana a contemplar el mar. De la mano de Mimì, Fazio y Gallo, nos veríamos envueltos en cualquier caso en el que la mafia habría dejado alguna semilla envenenada. También fumaríamos cigarros en el porche con un vaso de whisky en la mano, y llamaríamos a Livia para discutir y hacer las paces después. Y tomaríamos un café detrás de otro. Café negro, solo, crepuscular.
Luego le tocaría el turno a Londres. De la mano de Dylan Dog, el investigador de la pesadilla, recorreríamos sus calles. Un Londres brumoso, dibujado en blanco y negro, de postal, con claroscuros que esconderían vampiros y hombres lobo, y hasta la muerte misma. Groucho sería nuestro acompañante, el bufón de la corte, siempre con una broma a punto en los labios, para hacernos reír o para desquiciarnos definitivamente. Montados en nuestro Escarabajo recorreríamos las calles e iríamos al encuentro del inspector Bloch, que nos llamaría old boy, y luego nos tomaríamos un vaso de leche en cualquier pub maloliente.
París sería otro destino obligatorio dentro de nuestro catálogo. Un paseo por el Quai des Orfèvres o tomar un digestivo cerca del apartamento del bulevar Richar Lenoir, o ¿porqué no fumarse una pipa delante del Sena mientras la silueta del inspector Maigret, recortada en su ventana, interroga a un sospechoso? Quizás en esta ocasión podríamos ser nosotros los perversos que arrojáramos un cadáver a las aguas tumultuosas y que tratáramos de engañarlo dejándole pistas falsas. Ser interrogado por el comisario en persona exigiría un plus en el pago de los honorarios de la agencia, pero, ¿quién no desearía ponerse en las manos de tan brillante mente? ¿Conocer sus métodos? ¿Establecer un duelo a muerte a base de la dialéctica más fina?
Para los más atrevidos, no podrían faltar Los Angeles de Marlowe, más oscuros y densos que el betún. Nos acercaríamos, entonces, a cierta librería para hacernos con la primera edición de El sueño eterno. Luego nos largaríamos a cualquier bar para ponernos ciegos de whisky y cigarrillos, y hasta emprenderíamos una excursión a Sausalito con resultados inciertos. Está claro que no podríamos defraudar a cierto papá que vive en un invernadero y que haría que nuestra camisa y nuestra corbata acabaran empapadas en sudor. Conocer a sus hijas, valdría la pena. Estar a punto de perderlo todo siempre es la mejor opción cuando no se sabe a dónde ir ni qué hacer con el puñado de tiempo que Dios nos echó a la cara al nacer.
Para los amantes de los viajes al infierno, tendríamos Sin City, la ciudad del pecado, la ciudad de la violencia, la ciudad donde regalaríamos un paraguas a prueba de balas y donde desearíamos buena suerte a nuestros clientes. Frecuentaríamos las prostitutas del barrio viejo, admiraríamos a Nancy mientras nos tomamos una botella de ron en Kadie’s. Le pediríamos a Marv que nos prestara a Gladys, su inseparable Springfield Armory M1911A1, con la que coseríamos a tiros a algún malo.
Sin olvidar Estocolomo. Y Lisbeth Salander. Lisbeth que nos salvará del aburrimiento de los hombres. Que nos llevará a la mejor tatuadora de la ciudad y nos mostrará el dibujo de un dragón, que nos petará el móvil y luego nos chantajeará para que la ayudemos en un caso extraño y complicado. Si se decantan por este destino, cojan sus abrigos más calientes, no se olviden de los guantes y no descarten llegar a los límites de su sexualidad y de su ética.
Hay muchas otras más ciudades negras, ciudades de investigadores: Venecia, Ystad, Atenas… Pero no podría terminar sin mencionar un destino muy, muy especial: la Barcelona del detective M. Cacho. Un lugar aparentemente apacible en el que el hedor de las cloacas ha empezado a trepar por los edificios, por las calles fantásticas. De la mano de Cacho y Mañana, su fiel compañera de aventuras, cenaríamos en el Bitácora, desayunaríamos en el bar de Federico, bajaríamos a las cloacas y escaparíamos de las ratas mientras Los caballeros del alba gris y su diabólica líder tratan de acabar con nosotros a balazos. Viajaríamos al inframundo. Entraríamos en el Atelier de lo desconocido, dondepuedes encontrarlo todo y donde absolutamente todo es posible. Todo. Daríamos besos, bailaríamos a la luz del neón de un bar de mala muerte, y nunca, nunca, miraríamos atrás.


Artur Rodríguez es autor de las novelas Nunca mires atrás y Su alma al diablo. Puedes encontrar más información sobre Artur en su página web.

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