¿Cómo empiezas a escribir un libro? Esta pregunta me la hizo hace ya tiempo un amigo. Eso me hizo reflexionar y dar un repaso a la breve historia de mi bibliografía. Usando como ejemplos mi propia experiencia, intentaré explicaros las diferentes formas de escribir con las que podéis encontraros y algunos de los retos que he tenido que afrontar.
Hasta hace no mucho, solo escribía microrrelatos o cuentos muy cortos. Mi primer libro fue Ndura. Hijo de la selva. Una novela de aventuras y supervivencia en la selva ecuatorial africana. Empezó como un relato corto, pero se me fue de las manos. Simplemente quería escribir alguna de las historias que me inventaba en la cama cuando intentaba dormir al mismo tiempo que escuchaba música ambiental. Escribí, escribí y escribí hasta que me di cuenta de que llevaba treinta páginas y que tenía muchas más ideas sobre las que seguir. Ahí tuve que parar y documentarme muy bien. La historia transcurría en la selva de Ituri, en el norte del Congo, y, si quería ser preciso, necesitaba mucha más información de la que tenía. Dediqué casi seis meses a leer libros sobre la fauna y flora local y sobre las costumbres y formas de vida de la gente de esa zona. También contacté con personas que habían estado allí para poder recibir información de primera mano. Fueron meses de mucho leer y anotar y poco escribir, pero hicieron que el nivel de realismo de la novela creciera exponencialmente. Aquí tuve que enfrentarme por primera vez al síndrome del escritor sobreinformado: tienes mucha información y quieres que los lectores vean el esfuerzo que te ha supuesto llegar a ese nivel de conocimiento, por lo que llenas el libro de datos que lo demuestren. El resultado suele ser un exceso de información que no aporta nada y que hace que la lectura se haga pesada. Cortar esto cuesta. Cuesta porque quieres usar todos los datos, cuesta porque quieres que el lector vea el trabajo que hay detrás. En Ndura. Hijo de la selva hice un trabajo de eliminación de lo superfluo; aunque leyéndolo otra vez ahora, podía haber sido incluso mejor. Como todo, con el tiempo se aprende. Luego, este libro ha sido mi más exitoso: elegido mejor novela juvenil de 2014 por el periódico El Economista, siendo leído en muchos colegios y del que he conseguido la traducción a varios idiomas a través de la web www.babelcube.com; de la que hablaré otro día.
Algunos
escritores que trabajan así, escribiendo de forma impulsiva y sin
mucha planificación previa, son: José Saramago, Stephen King o
Patricia Highsmith.
Mi segundo libro, Usa LinkedIn como si fueras un experto, fue mucho más sencillo. La estructura del libro vino dada por la propia estructura de la web de LinkedIn. Diego Romero, el coescritor, y yo lo orientamos como una guía a través de las distintas secciones y opciones que la web ofrece (privacidad, búsqueda de empleo, ajustes…). Ahí hubo poco que crear y mucho que razonar para explicar claramente cómo mejorar un perfil, orientarlo a las necesidades particulares del lector y hacerlo relevante entre otros similares.
El tercero fue, Sumalee. Historias de Trakaul. Una historia de amor, sexo, misterio y violencia a caballo entre Singapur y Tailandia. Éste fue al extremo opuesto de los estilos de escritura. Me hice un cronograma de lo que tenía que ir pasando y quién participaba en cada evento, un documento con los principales personajes y sus características y una lista de ideas que se me ocurrían de hechos puntuales que podían suceder y que iba colocando en el cronograma según iba viendo cómo encajaban en la trama. Al final, cuando me puse a escribirlo, la historia en sí ya estaba decidida y solo tuve que desarrollarla y enriquecerla. Aquí tuve la misma labor de documentación que en mi primera novela (Ndura. Hijo de la selva) leyendo libros, viendo documentales y hablando con gente que vivía o había vivido en esos dos países. Eso no significa que todo esté cerrado si te inclinas por este modelo. Mientras escribía se me ocurrían nuevas ideas y el final del libro, por ejemplo, lo cambié totalmente después de las primeras opiniones de los lectores cero. Pero, en general, respeté mucho la estructura previamente establecida y me fue muy útil.
Algunos
escritores que trabajan de forma estructurada son: la autora de la
saga Harry
Potter,
J.K. Rowling con su famoso esquema de La
Orden del Fénix que podéis buscar en internet, o el conocido escritor de obras como La
Firma o El
informe Pelícano,
John Grisham.
El cuarto, y último de momento, ha sido Las aventuras de Álex y Álvaro; unos cuentos interactivos sobre las aventuras de dos ratones que descubren el mundo y dejan volar su imaginación repletos de actividades en las que podrán ayudar a los protagonistas y aprender al mismo tiempo. Puede que los cuentos tengan relación entre ellos, por lo que volvemos a los dos modelos anteriores (estructurado o libre) o que sean totalmente independientes. En mi caso, al no haber hilo conductor de la historia y ser cuentos breves e independientes, fue sencillo organizarlo. En el primer capítulo construyen la nave y, a partir de ahí, a vivir aventuras donde se me ocurría (o mejor dicho, donde se le ocurría a mi hijo Álex, que fue el incitador de todo esto ya que escribí el libro para regalárselo en su cumpleaños).
Ahora,
si me preguntáis qué os aconsejo… Aunque queda muy romántico eso
de escribir por fuerza creativa bruta, el resultado suele ser mejor
con el modelo estructurado (y que hay que ser muy bueno para hacerlo
de la otra forma). Una gran ventaja que tiene, es que si te quedas en
blanco, el famoso bloqueo
del escritor,
puedes releer el cronograma, los perfiles de los personajes, ir
modificando alguna cosa y utilizar eso como disparador de la vuelta
de la creatividad. Otra ventaja es que te ayuda a ver con tiempo
subtramas, aparte de la principal, y tender el camino para que luego
todo encaje. Hay giros del guión que exigen que la historia los haya
sembrado primero si queremos que tengan sentido.
De
todos modos, tuve un profesor en la carrera que decía que el mejor
método era el que te funcionaba a ti; así que prueba, compara y
quédate con el que te dé los resultados que esperabas… O crea tu
propio método.
¡Hola! Soy Jesús Gragera. Me gustan los zombis. Soy un fanático de los zombis. Soy amigo de los zombis. También soy autor de novelas del género zombi. Si hubiese un partido zombi, votaría al partido zombi. Como os podéis imaginar, quería hablaros de zombis. Y… la verdad es que no sabía por dónde empezar. ¿Por el estricto principio? ¿Queda alguien que no sepa lo que es el típico zombi? Ha sido entonces cuando se me ha ocurrido echar un vistazo a lo que opinaba la Real Academia Española al respecto. Esto me he encontrado en su web, con gran asombro, la verdad:
¿Pero qué es esto RAE? Creía que éramos amigos.
Nada relacionado con no-muertos, infecciones o canibalismo. Nada de la vertiente de ciencia ficción del muerto viviente antropófago que todos conocemos hoy en día, aunque sea de oídas. Porque si tú paras a una señora por la calle y le preguntas por los zombis –bueno, si la paras así sin más, retirará el bolso y apretará el paso–, lo más seguro es que te hable de muertos vivientes, de gente comiéndose a otra gente, pandemia, apocalipsis, “er de warkin deh ese” y si acaso de su compañero de curro los lunes por la mañana. Así en general, virus súper contagiosos, muertos resucitados y, vaya, el fin de la civilización y de la humanidad. Nada que ver con brujería vudú ni con esclavos resucitados en el imaginario de esa señora, ni en el de la mayoría de la gente (ver gráfica abajo). La realidad es que a las religiones africanas y a los ritos vudús les debemos poco más que el origen del término y la base cultural para que creciese lo que vendría después. Lo que hoy entendemos comunmente por zombi tiene más que ver con multitudes de muertos resucitados, dientes y uñas. Lo siento hechiceros haitíanos pero debistéis contratar un community manager porque los nuevos zombis os comieron la tostada.
ESTE ZOMBI ESTÁ MUY VIVO
¿Y esto cómo pasó? Pues resumiendo mucho todo, gran culpa de que los ‘zombis-vudú’ perdieran popularidad y casi cayesen en el olvido frente a los ‘zombis-modernos’ la tuvieron dos obras que vieron la luz a mediados del siglo pasado: la película “Night of the living dead” de George A. Romero en 1968 y la novela “Soy leyenda” de Richard Matheson en 1952. ¿Qué tienen estas obras de especial? Lo primero que alejaron el origen de los resucitados de la brujería para centrarlo en cosas más ‘científicas’, lo que también iba más acorde con el auge de la ciencia real en la sociedad, en detrimento de las creencias basadas en la fe y las supersticiones. Y lo segundo que aportaron, más importante todavía, fue que introdujeron el atacar a los humanos y el canibalismo en la ecuación. Desde entonces, esta figura del ‘zombi-infeccioso-come-carne’ se convirtió en inspiración para miles de autores, que comenzaron a crear mundos apocalípticos cuajados de estas criaturas, con el objetivo de satisfacer a una creciente masa de fans de lo Z, que cuan pandemia zombi, se desataba a lo largo y ancho del globo y llega hasta nuestros días.
Pero ya me he enrrollado más de lo que pretendía. No quiero hacer un análisis sesudo –sí, he escogido este adjetivo adrede– de la figura del zombi. Solo quería deciros que yo soy uno de esos fanáticos, orgulloso de ello y quiero enseñaros por qué se ha ganado su propio subgénero; por qué me fascinan desde que tengo uso de memoria y por qué me parecen tan apasionantes las historias en las que aparecen. ¿Has probado alguna vez a sumergirte en un apocalipsis zombi? Suena raro pero… a lo mejor te gusta.
PROFE, UN ZOMBI SE HA COMIDO MIS DEBERES
No recuerdo cuál fue mi primer contacto con los zombis. Puede que una antigua película en la tele, puede que alguno de los libros de “Pesadillas”, de R. L. Stine; quizá algún cuento en un campamento. Ni idea. Lo que sí sé, es que en casi todas las historias que creaba en mi infancia y adolescencia terminaba incluyendo zombis de una manera o de otra. Antes incluso de que fuese una opción sencilla encontrar cosas de género Z en las tiendas. La primera obra con zombis que me impactó profundamente fue un videojuego. Corría el año 1998 cuando la compañía japonesa Capcom nos trajo “Resident Evil 2”.
Para el que desconozca el nombre, se trata de un juego de supervivencia en el que unos laboratorios han experimentado con virus súper contagiosos que terminan extendiéndose a la población. El resultado ya lo podéis imaginar. Así que todas las tardes escapaba a casa de algún amigo que tuviese Playstation para “hacer los deberes”. Aunque estos consistieran en matar zombis, encontrar balas y pistas para seguir vivos. Y aunque era un juego para una persona y siempre había uno que se dedicaba a mirar y sufrir, era mejor no estar solo al atravesar las puertas… En fin, aquello fue el comienzo de mi idilio con los zombis. Me mordieron según me acerqué a ellos, como sin duda pasaría si se volviesen reales. Después vinieron todas las demás obras que terminaron de rematarme. A destacar, la trilogía “Apocalipsis Z” de Manel Loureiro por ser mi primera saga Z; y la saga “Los Caminantes” de Carlos Sisí, que es una auténtica joya del género. En el cine la película “28 Días después” dirigida por Danny Boyle me dejó estremecido por su crudeza. Con el tiempo he devorado cientos de novelas, relatos, películas, cómics, series, juegos y yo qué sé, bailes de zombies. Aunque es verdad que desde el “Trhiller” de Michael Jackson se han hecho pocos.
Pero Jesús, ¿de verdad los zombis dan para tanto?
Por supuesto. Hay buenas y malas historias como en todos los géneros. ¿Da para tanto la novela romántica? En todas sale… un romance. En el fondo las historias las mueven los personajes y los personajes, como las personas, deberían ser únicos. Casi siempre los zombis no son más que una excusa para contar las historias de unos ‘álguienes’ que son interesantes por alguna razón. Creo que las posibilidades son tan infinitas como en cualquier otro género. Simplemente hay que cumplir con ciertas reglas, cosa lógica, ¿no? Porque si un zombi va al instituto, no contagia, no come carne humana y ni siquiera está atontao, pues oye, no es un zombi ni es género Z. Aunque a lo mejor podría ser el ‘zombi-vudú’ de algún perturbado que se quedó con las ganas de ser delegado de clase. Y sí, también os estoy mirando a vosotros, ‘vampiros’ que brilláis bajo el sol.
¿Y entonces qué normas tiene el género Z?
Pues, si te interesa el asunto y quieres acompañarme un poco más, te las voy a contar ahora poco a poco. Todo esto hablando siempre de lo más típico y las reglas más comunes, ya que sería imposible comentar ni una mínima parte de lo que se ha creado, ni siquiera es posible conocerlo todo de primera mano, os lo digo yo que lo he intentado. Y en este periplo he encontrado cosas sorprendentes: zombis en el pasado, zombis en el futuro, zombis en el espacio, zombis radioactivos, superhéroes zombi, zombis que en realidad están poseídos por entidades malignas de otra dimensión, zombis nazis, Jesucristo resucita a los tres días como un zombi, ovejas y castores zombi, zombis que se levantan de sus tumbas para ir a las urnas…
En serio, ¿qué coño se fuma la gente?
Las hierbas del Resident Evil seguramente.
ZOMBIS DE LA ‘A’ A LA… ‘Z’.
Zombis, muertos a secas, muertos vivientes, no-muertos, infectados, resucitados, reanimados, zetas, mordedores, podridos, apestosos, difuntos, portadores, regresados, malditos, rabiosos, atontados, caminantes blancos… Existen tantos apodos para nuestros amigos los zombis casi como autores han tocado el género. Yo elegí “tarados”, porque desde luego no se puede uno considerar autor de género Z sin que al menos un personaje le ponga un mote a los zombis. En cualquier caso, todos hacen referencia a la misma criatura, que como os decía tiene que cumplir ciertas reglas, que no cualquiera se puede unir al selecto club de los zombis… aunque en realidad tienen una política de captación muy abierta. ¿Y qué hay que hacer para que te admitan? Pues muy fácil, haber sido una persona, haberte contagiado y, por norma general, haberte muerto. Y bueno sí, puede haber perros zombi, pájaros zombi, tiburones zombi –¿os acordáis de las ovejas y los castores?–, un inmenso variadillo de monstruos zombi y zombis mutantes, plantas zombi y para no discriminar ni ofender a nadie, piedras zombi. Pero ya dije que me centraría en la base y en la base el problema suelen ser las personas muertas. ¿Por qué? Porque cuando se mueren y resucitan dejan de pensar y solo quieren matarte. Y ese es otro requisito para ser un buen zombi moderno. Al resucitar hay que hacer caso a la RAE y comportarse como un atontado, como un autómata, y aquí es donde los académicos de la lengua y yo discrepamos: ¿dónde está lo de ponerse como una bestia rabiosa cuando hay vivos de por medio? Para un zombi lo más importante es acabar con aquellos cuyo corazón aún late. Y mejor si, aparte de matarlos, se los comen un poco. Como siempre, la obsesión pueden ser personas o cualquier cosa viva, también pueden ser solo cerebros, incluso si nos ponemos picantes, en un género concreto los zombis quieren comerse las ‘cositas’ de los vivos.
Vídeo para los que aún puedan ser incrédulos con este tema:
Pero me estoy desviando de nuevo. Vuelvo a lo de que son personas. Esto es MUY importante. Es una de las cosas que hacen tan terroríficos a los zombis, una de sus señas de identidad. Que está feo que un alien o un dinosaurio te intenten comer, pero más feo está que lo intenten tu madre y tu abuela. Esto es un drama, amigos, pensadlo bien. El monstruo no es anónimo, son tus seres queridos, son tus vecinos.
O peor aún, eres tú.
O peor aún, sois todos. Y esto me lleva al siguiente punto.
¿TE IMPORTA SI ME LLEVO A UNOS COLEGAS?
A mi entender esta es otra de las características básicas del género Z. El ‘zombi-moderno’ es contagioso, se multiplica. Lo más común es el mordisco, infectarse con sangre o saliva, pero vale cualquier cosa, yo no me pondría tierno con un zombi sudoroso. Acabar siendo uno de ellos es muy sencillo y no mola nada. Es verdad que con otros monstruos clásicos también puede uno terminar en el ‘bando de los malos’, un vampiro podría decidir no dejarte seco y convertirte en un ‘Hijo de la noche’; o podrías salir con vida de un encuentro con un hombre lobo aunque condenado a la licantropía, sabiendo que salir a contemplar la luna llena va a dejar de ser un rollo bohemio para ponerse en plan gore. Pero hacedme caso, estos tíos no tienen ni idea de lo que es expansión. Los zombis van a lo grande con eso de sumar adeptos. Su crecimiento es apoteósico. Es más, si no fuese así, serían una mierda de monstruo. Un zombi por sí mismo, por muy aterrador que pueda resultar mirar a su cara podrida, no es una gran amenaza. No es una criatura ancestral salida del averno para condenar tu alma, para el caso nos vale el mismo ejemplo de tu abuela. Digamos que la podrías vencer, que al menos tienes una oportunidad. Lo más normal es que los zombis se mueran cuando les espachurras la cabeza. Fácil. Dale pues, ¿no? Sí, sí, pero pongamos que tu hermana ha llegado en plena noche a tu casa, aterrada, la ha mordido un desconocido rabioso en la calle, que luego se ha ido a perseguir a otra mujer. Tú, que nunca has leído nada sobre zombis y vas por la vida sin preocuparte de los apocalipsis Z, como no parece muy grave, la tranquilizas, la das cobijo, una tila y a domir, mañana al hospital por si acaso… Y claro, cuando resucita y no solo no razona sino que te intenta morder y te ataca como si estuviera poseída, ¿qué vas a hacer? El grueso edredón ha impedido que te mordiese, consigues quitártela de encima entre gritos y patadas, la adrenalina te sacude mientras gritas su nombre y le dices quién eres, esperas que te reconozca y con ello recupere la cordura. Pero no lo hace. No te queda más remedio que defenderte y partirle la crisma con la lámpara de sal del Himalaya que ella te regaló para ionizarte el ambiente. Por fin se detiene, tirada en el suelo. Tiemblas, mirando su cadáver, con las manos en la boca tapando tu cara de espanto. Has hecho algo horrible. Has matado a tu hermana.
Enhorabuena, has sobrevivido a un zombi.
Pero cuando tu respiración se calma un poco y el silencio reina de nuevo en tu habitación, lo oyes. Y sientes… sientes que algo no va bien. Cláxones, sirenas de policía, de bomberos, de ambulancias, todas a la vez, una sinfonía discordante. Y ladridos y gritos lejanos. Tráfico en la madrugada. Cuando te asomas a la ventana, un rápido vistazo te sirve para comprender que ya nada volverá a ser como antes. Que no ha sido cosa de tu hermana, que son todos los demás también. Que has podido ser tú. Que la vida tal y como la conocías se está desvaneciendo ante tus ojos sin que puedas hacer nada por agarrarla.
Ya verás, el siguiente punto tiene menos gracia todavía.
“LA QUE HAS LÍAO POLLITO ZOMBI”
Ahora os voy a hablar de lo que para mí contiene todo el encanto del género Z. En el fondo da igual como lleguen, como se multipliquen y como sean los zombis. No importa si es un virus, una bacteria, lluvia radioactiva, un parásito alien o el deseo de un fanático de los zombis de moral cuestionable frotando una lámpara mágica. En muchas historias ni se menciona el origen. Lo mejor de los zombis es que son apocalípticos, destruyen todo lo preestablecido. Es cierto que muchas obras Z suceden en poblaciones aisladas, o digamos en escenarios más reducidos y el problema nunca alcanzan un nivel global. Pero incluso así siempre estará entre los vivos la amenaza de la pandemia y la necesidad de que siga contenida. De todas formas, me quiero centrar en las historias que alcanzan un nivel parecido a “extinción humana”. Cuando los zombis se expanden, se llevan por delante la civilización. Los zombis no discriminan, da igual que fueras hombre, mujer, anciano, niño, gordo, bombero, negro, gay, político, punky, budista, surfero, croata o vegano, a los zombis les parecen todos igual de sabrosos. Los únicos que tienen ventaja son los runners, que por fin le verán sentido a su incomprensible afición. El proceso puede ser más o menos rápido, pero al final el mundo se derrumba. Las personas dejan de hacer lo que hacían y nuestra civilización colapsa. Hasta luego la luz, el agua y el poder bajar al súper a por comida, ropa o unas birritas. Ni ir a currar, ni llevar a los niños al cole, ni ver la Champions. La mejor utilidad del dinero es la de hacer fuego. En la tele solo va a quedar “Saber y Ganar” porque Jordi Hurtado ya era un no-muerto. En Internet la última noticia será: ““Los Simpsons” ya lo predijeron”. En los comentarios, una discusión entre hispanohablantes sobre el doblaje.
Pero vuelvo a ponerme serio. Esta desolación es un terreno fértil, cuando los personajes han perdido sus vidas, sus posesiones, sus seres queridos y sus viejas motivaciones; cuando tienen que luchar por sobrevivir o por salvar lo poco que les queda. Es entonces cuando más brilla el género Z. Más allá de las miles de tramas creadas y por crear, para mí, las mejores historias de zombis son las que abordan la psique de los personajes de una manera profunda. Me interesa saber qué pasa en las cabezas de esas personas que, fuesen quienes fuesen, deben enfrentarse a la supervivencia más pura, vivir al límite y dar lo mejor –o lo peor– de sí mismos para salir adelante; que deben cambiar para adaptarse, que tienen que tomar decisiones imposibles, afrontar las consecuencias y luchar por mantener sus almas en paz al mismo tiempo. O todo lo contrario, quizá un personaje llevaba una vida anodina, gris y solitaria, y ha encontrado en el apocalipsis una motivación para vivir y personas con las que relacionarse, porque ya no importa quién fuera, estaba más muerto antes que ahora. Las posibilidades son tantas como vivos queden. Un apocalipsis zombi es devastador, es traumático y caótico, puede convertir a la mejor de las personas en un monstruo y a un villano en un héroe. Lo cambia todo. Como os decía más arriba, el potencial de esto solo está limitado por la imaginación de los autores. Y pensando eso, decidí crear mi propio apocalipsis Z.
EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LOS NO-MUERTOS
Era cuestión de tiempo que me lanzara con mi propia saga de zombis. Todo empezó mientras aprendía y trabajaba en un grupo de guionistas freelance llamado “El Alambique de ideas”, donde se desarrollaban sobre todo proyectos de televisión, con su biblia de personajes, su mapa de tramas de la primera temporada y su capítulo piloto, pero también películas, cortos, novelas, teatro e incluso cómics. Sin reparar mucho en gastos, por que una de las máximas era crear lo que nos gustaría ver. Estuve con ellos ocho años y me enseñaron a escribir. Solo hacía falta pasión, compromiso y humildad para aprender, entre otras cosas, que nunca se deja de aprender. Cuando tuve más experiencia se me dio la oportunidad de desarrollar mi propia idea original y como no podía ser de otra forma, me decanté por los zombis. Así nació “Sentenciado”, como un proyecto para una serie de televisión. Pero la vida sigue y el grupo se cerró por diversas circustancias, quedando inacabado. Igualmente el germen ya había sido plantado. Con ayuda de mis compañeros muchos de los personajes que aparecen en la saga ya habían sido creados, ya tenían vida, algunos ya estaban metidos en líos y todos tenían un futuro incierto lleno de zombis que no se podía desperdiciar. Entre unas cosas y otras, “Sentenciado: Eclosión”, el primer título de la saga, no vio la luz hasta cuatro años después de ser concebida. Sobre todo por culpa de su inexperto autor, escribiendo sin red, en solitario y con la inseguridad de un amante que no ha pasado de unos magreos en la parte de atrás de un coche. Me permití un poco de todo lo que os he contado hasta ahora. Cumplí todas la reglas y a lo largo de la saga las he roto un poquito casi todas; he puesto hasta catorce personajes principales en juego, sufriendo todos como cabrones y trato de explotar todas la posibilidades que me ofrece el género Z. Me ha entrado un poco de todo: terror, amor, amistad, traición, fantasía, superación, redención… Lo que le ha ido surgiendo a los personajes. Incluso una historia policíaca en flashback. Y considero que me han influenciado más obras como “Canción de hielo y fuego” de George R. R. Martin o series como “Lost”, “The Shield”, “Sons of Anarchy” o “Breaking Bad” que muchas de las historias de zombis que he consumido. En fin, después de revisar “Eclosión” cuatro millones de veces, me autopubliqué directamente sin pasar por el proceso de enviar el manuscrito a ninguna editorial. Al fin y al cabo, había escrito lo que me gustaría leer, los lectores cero estaban contentos y no quise que nadie metiese mano en ello. Al acabar el primer episodio estaba pletórico y feliz, aunque sin pelo. No era calvo cuando empecé a escribir la saga, saquen sus propias conclusiones.
Pero no quiero ser pesado, solo os diré que cuatro años y dos títulos después, no puedo estar más contento con las opiniones que me llegan de los amantes del género y de los que no lo eran tanto o no lo eran en absoluto. Para mí está siendo una experiencia fantástica y creo que mi escritura mejora con cada tomo. Os animo a que leáis mi saga, pero sobre todo os animo a que perdáis el miedo y os leáis cualquier historia de género Z, preguntad a conocidos o a desconocidos en las redes, preguntad a quien os pueda recomendar un título que pueda gustaros y lanzaos; atreveos a ojear un libro o a descargar un fragmento en las plataformas de venta para asegurar más el tiro. Dadle una oportunidad. Yo ya he infectado a unos cuantos incautos con la tontería y ahora me piden más, ronronean como zombis al encontrarse un humano. Espero que os haya gustado este pequeño repaso a la figura del zombi y a mi historia personal con ellos. ¿Os he dicho ya que compréis mi saga? Ja, ja. Es broma.
Hacedlo.
Oye, tienes una pinta de los más sabrosa, deja que te de un mordisquito…